martes, 10 de noviembre de 2009

NOCHES DE INSOMNIO...


Noches de insomnioVuelvo a soñar. Me sueño otra vez, recorriendo las entrañas del tiempo, sueño con tierras desconocidas, imágenes nuevas pero difusas, lejanas, escondidas. Sombras líquidas empapando la piel de mis poros, nada cubre mi desnudez, pero no tengo frío. La calidez del hogar lejano aún me rodea, aún después de incontables siglos de esta soledad casi voluntaria, siento en mi piel el contacto del más íntimo de mis deseos, y el ansia incombustible de la sed eterna de dolor.

Mis sentidos me llevan por caminos extraños, mis ojos están cegados por la niebla y el sopor de lágrimas injustas. Mis labios, resecos por la sal de una sangre que no es mía, y mi piel, cayendo a pedazos, uno tras otro, desollando mis instintos, hasta dejarme en carne viva.

Una y otra vez, recorro esos senderos, al disolverse las madrugadas, entre el silencio del sol aletargado, y el insomnio de las estrellas, junto a mi cerebro desnudo e indefenso. Una y otra vez el mismo sueño.

Por qué no puedo salir de este laberinto carnal, que devora la vitalidad de mi cuerpo moribundo y aniquila la voluntad de los dioses compasivos, por salvarme, por glorificar mis noches sagradas. Acaso será qué el significado oculto del dolor es aquel gozo que nace en mi vientre, y se imprime en mis belfos sangrantes por el placer de la noche...

...Y luego, despierto, lleno de un placer intenso, casi como aquel goce que siento al poseer la noche nueva, cansado de navegar en el mar insondable de tu horror casi natural.

Ahora sé que pagaré el precio de una muerte incipiente, la de la madre, ocurrida en el tiempo que no debió acabar. Ella me lo pedía, lo imploraba, pero no comprendí aquellas señales del alma dormida, hasta que la encontré fría, con los ojos rígidos, y el capullo vacío, y supe que no tendría más aquella aura hermosa pero entonces débil, que siempre compartió su fulgor a mi lado.

No pude llorar, ella se llevó mis lágrimas, no pude gritar, ella gritó por mí desde sus entrañas con el dolor innominable del silencio eterno. No pude recordar toda la rabia que sabía escondida en mí, para gritarla, para echarla en ardientes diatribas al viento matinal del cementerio, y sólo entonces tuve silencio, igual que el solitario capullo gris, el frío silencio del olvido del Dios resentido.

Luego de pagar aquella deuda, la noche hará suya la expiación del padre. Tal vez aquel precio no sea grande, pero será igualmente una deuda con el destino. Sé que aquel dolor fue por mí, lo sé porque luego percibí que quería sanar heridas mutuas, pero no pudo. Fue tarde cuando finalmente lo entendí, entonces sus ojos señalaban fijamente el destino del que desde entonces sería mi futuro, mi presente y mi pasado.

Cómo olvidar aquellas manos callosas acariciando la mejilla del niño triste, cómo olvidar el olor de las madrugadas, cuando volvía ebrio de tristeza, y con pasos duros, subía las escaleras. Y luego la madre, llorosa, levantábase del sillón para calentar la fría cena guardada para el desayuno ligero; Como por Dios, como recordar sus palabras tibias sanando las heridas del alma sangrante, sabiendo que tal vez ese fue el error y la bendición, de irse dejando atrás aquellos recuerdos que no quedarían mas que en las páginas de un mal recuerdo.

Todo eso reclama el destino, pues mi conciencia, juez inquebrantable, exige retribución por la vida, la devolución de recuerdos casi muertos, que sostienen la cáscara del olvido. No quiero aceptar la carga que imponen unilateralmente los pecados que no son míos, soy culpable, pero no convicto de sus vidas, no pueden condenarme por vivir la vida del liberto condenado a la horca repentina, pues si es así, lucharé por la redención, aunque ésta signifique perder todo rastro de humanidad restante en el alma de un ente vacío y perdido.

Sueño de nuevo, pero ahora estoy preparado, tengo entre las manos el escudo del perdón, lo obtuve de ellos, que me lo otorgaron, a pesar de todo. Con el perdón de ella, la madre dulce, compasión sincera y vital obtuve la liviandad del rigor, con el perdón del padre, la clemencia tierna y filial y la fuerza para resistir mi condena.

Los espectros nocturnos, ahora no podrán atacar los recuerdos, no encontrarán ni uno solo de aquellos pecados olvidados, porque ellos, los padres, los pagaron, ellos murieron en su cruz, por sus errores e inmolaron la vida para redimir al hijo olvidado en el yermo del desierto.

Por fin llega el alba y aún estoy caminando en el sendero de los sueños. Pero ahora, a la distancia, casi al final del túnel, brilla una nueva luz, y siento que por fin comienzo a despertar al tenue fulgor del amanecer restaurado.

Arrepentirse



Hay una máxima con la que siempre me enfrento a la vida, al día a día:

no arrepentirme nunca de nada.

Algunos creerán que es algo estúpido, un sinsentido. Sin embargo, no lo pienso así.

Segun el diccionario arrepentirse es "sentir pesar por haber hecho o haber dejado de hacer algo o cambiar de opinión o no ser consecuente con un compromiso".

Yo lo veo de la siguiente manera: arrepentirse es desear no haber hecho o dejado de hacer algo.

Muchas veces oimos eso de "ojalá no hubiese pasado", "me gustaría volver en el tiempo y cambiar lo ocurrido", blablabla...

Aparte de reflejar bastante indecisión y falta de personalidad el hacer una cosa y luego redimirse, es completamente absurdo, porque jamás podrás deshacer lo que ya está hecho.

Yo jamás me arrepiento de nada de lo que hago. Eso conllevaría no enfrentarme a la realidad.

Y, para ser sincera, siempre he creído que todo lo que hacemos nos ayuda a crecer como personas.

Si en algún momento hacemos algo bueno, no nos arrepentimos. Todo lo contrario, nos felicitamos por ello y tomamos nota mental para volverlo a hacer en algun momento.

Y si en algún momento hacemos algo malo o algo que después vemos que estaba mal, debemos pensar que sino lo hubiésemos hecho podríamos correr el riesgo de repetirlo. No habríamos probado el sabor amargo del error, y sin ése sabor es más difícil concretar el dulce de lo bueno.

Así que...¿para qué arrepentirse?